22 mayo 2011

Hanabi & Ikebana, Japón en 55 Cartas (Reseña)


La fiesta estaba a punto de empezar y el desastre se cernía sobre el palacio. Los floristas corrían de un lado a otro, intentando terminar los ramos ornamentales antes de la llegada de los primeros invitados. La tensión se mascaba en el aire, pues cada uno de ellos pretendía demostrar su maestría en el arte del ikebana, creando el ramo más espectacular de todos.  
Y mientras tanto, algo ocurría en los jardines, donde los preparativos para el castillo de fuegos artificiales llevaban bastante retraso. Los expertos en la compleja y peligrosa técnica del hanabi parecían tener problemas para situar correctamente todos los elementos del espectáculo, de modo que el acto final de la fiesta prometía ser explosivo… aunque tal vez en un sentido demasiado literal.

Así podría describirse lo que debemos hacer en este juego… o mejor dicho, juegos, pues se trata de un “dos en uno”. Y es que, según decidamos jugar a Hanabi o a Ikebana, podremos optar al reconocimiento unánime como el mejor florista de todos; o bien podremos colaborar con otros maestros en el arte de la pirotecnia con el objetivo común de crear un espectáculo inolvidable. Para lograr introducirnos en esta ambientación, el diseñador Antoine Bauza ha creado dos juegos de cartas que comparten el mismo mazo: Hanabi, un original juego cooperativo que nos exigirá buena memoria, coordinación y sintonía con nuestros compañeros; e Ikebana, su hermano competitivo, rápido de jugar, pero también muy interesante.


Lo primero que llama la atención de Hanabi & Ikebana son la sencillez y la estética del material. Un estuche de plástico transparente con dos compartimentos, uno para las coloridas cartas con motivos florales de inspiración japonesa (el estuche es suficientemente amplio como para alojarlas incluso después de meterlas en sus fundas) y otro para las fichas que hacen de marcadores en Hanabi y sirven para contabilizar los puntos de prestigio en Ikebana. Tal vez la única pega del juego sea que no se hayan currado un poco más las fichas, que son como las del parchís de toda la vida. He pensado en sustituirlas por otras más vistosas, pero con la cantidad de ellas que hacen falta, sobre todo en Ikebana, se me antoja difícil encontrar otros elementos tan pequeños como las fichas originales, sin perder la virtud de su fácil transporte y la posibilidad de sacarlo en casi cualquier situación. De hecho, el despliegue es tan escueto que mi primera partida de Hanabi fue con mi novia, dentro del coche mientras hacíamos cola para pasar la ITV y usando el salpicadero como mesa. El estuche lo completan las instrucciones, impresas en dos desplegables de cuatro hojas cada uno (uno para cada juego), que no sólo son suficientes para explicar claramente las reglas, pocas y fáciles de aprender, sino que hasta muestran algunos ejemplos gráficos de situaciones de partida. Todo muy sencillo, bonito y práctico.

HANABI, flores de fuego

Y en este punto es donde se separan los caminos de los dos hermanos. Empecemos por Hanabi, un juego cooperativo consistente en formar cinco cadenas ascendentes de cartas, una por cada color, con la particularidad de que las cartas de la mano se juegan al revés, así que los jugadores no ven su propia mano, pero sí la de los demás. En cada ronda podremos optar por añadir una carta al castillo de fuegos artificiales, descartarnos de una carta que sabemos que ya no es necesaria (o confiando en ello, si nos vemos obligados a descartar a ciegas), o dar una pista a uno de nuestros compañeros sobre el color o la numeración de su mano. Eso sí, las pistas son limitadas y sólo se recuperan a través de los descartes, por lo que cada movimiento debe ser hecho con cuidado; si jugamos una carta en el momento equivocado, sumaremos uno de los tres errores que podemos cometer y que significan el fin de la partida. Las otras formas de finalizar la partida son que se agote el mazo del que tomamos las cartas, o que completemos los cinco castillos de fuegos artificiales sin cometer tres errores, que es la forma ideal y la que otorga más puntos. Y hablando de la puntuación, otro detalle curioso: en el desplegable de las reglas, las puntuaciones se acompañan de una descripción del efecto provocado en el público. Así, por ejemplo, si no superamos los cinco puntos, el resultado es “horrible, el público les abuchea”, mientras que si logramos terminar las cinco series de cartas, habremos obtenido un efecto “legendario, todos se quedan sin voz y las estrellas iluminan sus ojos”. Un buen detalle que contribuye a enriquecer el juego. 


En cuanto a su escalabilidad, Hanabi es perfecto para 2-3 jugadores y, aunque la dificultad es mayor, también funciona muy bien con grupos más numerosos. En mis dos primeras partidas, con dos y cuatro jugadores respectivamente, obtuvimos en ambas ocasiones 18 puntos sobre los 25 posibles, lo cual no está nada mal para empezar y dice bastante en favor de esta pequeña maravilla, en cuanto a facilidad de aprendizaje y posibilidad de introducir jugadores poco experimentados. Eso sí, cuanta más compenetración haya entre los jugadores, mejores deberían ser los resultados.

IKEBANA, o cómo dar vida a las flores

Tras un par de partidas de Hanabi, podría parecer que Ikebana es el hermano pobre de la familia, pues su mecánica no alcanza las cotas de originalidad y elegancia del primero. Pero en mi opinión, es un complemento perfecto, ya que funciona muy bien con 4-5 jugadores, que es donde Hanabi se vuelve más duro, porque las pistas escasean, los errores están al acecho y la memoria es traicionera. Así que, para esos días en los que disponemos de bastantes jugadores o simplemente cuando apetezca un juego más ligero y menos tenso, tenemos Ikebana por el mismo precio y usando el mismo material que Hanabi.


Se trata de un juego competitivo sencillo, rápido y bastante entretenido, que guarda ciertas semejanzas con el póker que veremos más adelante. La partida se inicia dando a cada jugador seis puntos, que representan el prestigio inicial de los maestros floristas. Se empieza sin cartas en la mano y el objetivo es componer el ramo más espectacular, para lo cual cada jugador va tomando por turnos una carta del mazo, que puede quedarse o descartar. Cada descarte supone gastar el prestigio propio en beneficio de los competidores, de forma rotatoria y creciente. Por ejemplo, la primera carta del mazo no nos convence, así que la ponemos boca arriba en nuestro mazo de descartes y entregamos uno de nuestros puntos de prestigio al siguiente jugador en el orden de juego. Si también desechamos la segunda carta, daremos dos puntos al jugador situado dos puestos más adelante. Descartar por tercera vez significaría dar tres puntos al jugador que está tres asientos más allá. Podemos seguir así hasta que encontremos una carta adecuada o gastemos nuestro prestigio. Un jugador puede optar por no coger cartas al azar del mazo, sino comprar con sus puntos de prestigio la primera carta del mazo de descartes de uno de sus oponentes. La ronda termina cuando todos hayan cogido cinco cartas, que conformarán un “ramo” que será valorado en función de la puntuación y el color de las cartas, pudiendo formar parejas, tríos, dobles parejas, varios tipos de escaleras, etc. (este sistema de puntuación es lo que me recuerda al póker). Una partida estándar consta de tres rondas y gana quien al final haya acumulado más puntos de prestigio. Tras haberlo probado con dos y cuatro jugadores, puedo dar fe de que es bastante fácil de explicar, muy divertido (sobre todo a cuatro y con un par de cervecitas sobre la mesa, je, je, je) y que, aunque la veteranía otorgue una pequeña ventaja, la victoria puede recaer sobre un jugador menos experto si éste ha sabido jugar sus cartas e invertir su prestigio juiciosamente.

Como conclusión, por un precio muy económico y en un formato fácilmente transportable dispondremos de dos juegos de cartas distintos pero complementarios con los que llenar los ratos libres en casi cualquier lugar y con jugadores de cualquier perfil. En mi opinión de jugador con pocas horas de vuelo en este mundo, se trata de una pequeña obra maestra imprescindible en cualquier colección lúdica.

Me gusta y puede gustarte: Que sean dos juegos tan distintos, algo ideal para sacar uno u otro según el momento. La originalidad de la mecánica de juego de Hanabi. La estética colorista de las cartas y ese sosegado halo oriental que rodea al juego.

No me gusta o puede no gustarte: Las toscas fichas de parchís que hacen de marcadores. Y que si te enamoras de Hanabi, puede que Ikebana te sepa a poco.


3 comentarios:

YakFace dijo...

Muy buena reseña, has retratado perfectamente los dos juegos, sobre todo la sensación de que después de jugar a Hanabi el Ikebana se queda bastante corto. Sinceramente me gusta muchísimo más el Hanabi, quizá por eso en la reedición al parecer han quitado las reglas del Ikebana.

Kikus dijo...

Gracias Yak. Es una pena que quiten el Ikebana de la nueva edición, porque el concepto de "dos juegos en uno para cualquier ocasión" era una idea genial. Además, no me mola mucho el nuevo aspecto gráfico, en especial ese fondo azul de las cartas.

YakFace dijo...

Ah, las nuevas cartas no las había visto, prefiero las anteriores, cierto.

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