¿Alguna vez has tenido esa extraña sensación de mirar hacia abajo desde una gran altura y que brote un impulso que invita a lanzarte al vacío?. Un efecto irracional que durante un instante pasa por tu mente, una sinrazón que se enfrenta a nuestro natural sentido de supervivencia y siempre gana este último. Se queda uno inquieto tras este fenómeno, ¿cómo se me pudo pasar por la cabeza? - te preguntas. Este fin de semana tuve esa sensación, lo singular del hecho es que me encontraba sentado en una mesa con un tablero desplegado.
Nos reunimos con la intención de jugar pero, por primera vez desde que organizamos partidas, no se jugó a absolutamente nada. ¿Qué hicimos entonces?, no penséis mal, durante más de cuatro horas estuvimos desgranando los pormenores de cómo jugar a República de Roma, probablemente el juego con el manual más árido que he visto en mi vida. Reconozco que mi carrera lúdica es aún corta y me queda mucho por ver, aunque ya puedo decir que he visto un manual que más parece un códice de derecho romano que las instrucciones de un juego de mesa. La madre que lo hizo, tiene secciones, secciones de las secciones y secciones para las secciones de las secciones. Y me quejaba yo del manual High Frontier, visto el de RdR ya digo que nos quejamos de vicio.
Lo primero fue desplegar el tablero en mesa, precioso y enigmático como una cobra, Edge ha hecho un excelente trabajo con la reciente edición española del título, vale la pena verlo. Uno de los LudopÁticoS, no yo, tenía las reglas muy bien estudiadas, leídas, releídas y masticadas hasta el infinito, pero sin partidas a sus espaldas. Perdimos un poco el tiempo mirando componentes, las cartas, otras cartas, más cartas, ¡qué de cartas!, los dados con números romanos y unas cajas que sirven para guardar los dineros de tu facción en plan secreto, estas últimas son un poco cutres, pero bueno. Así, con las alcancías en la mano, comenzó la explicación de nuestro resabido mentor y una batería de preguntas por nuestra parte para cada una de las diferentes fases de juego. Situaciones posibles, tablas, efectos, el senado, el foro, etc., etc, etc. A medida que avanzaba la tarde y el sol caía la sensación de estar ante un juego de otro tiempo se hacía mayor. Como un arqueólogo mueve la losa que ha cerrado una pirámide durante miles de años y lee los jeroglíficos en su interior que desvelan su misterio, así me sentí cuando el juego se fue haciendo claro en mi mente. Fue emocionante ver que todo aquel galimatías de tablas, números, excepciones, tiradas de dados y explicaciones de un manual más seco el sur de nuestra querida España realmente tenían sentido.
El tiempo no perdonaba alrededor de la mesa y a los dos que nos tocaba escuchar la intensa explicación comenzó a entrarnos la risa floja, una risa que precede a la locura y es que, tras más de cuatro horas de reglas, llega un momento en que tu cerebro dice basta y la espita de la olla a presión se abre en forma de flojera mandibular. No nos podíamos creer que todavía, tras ese tiempo, siguieran surgiendo dudas, reglas nuevas y unas reglas avanzadas de las que sólo habíamos comenzado la explicación. Fue justo en ese momento en que la locura se apoderó de mi, como quien mira por el hueco de una escalera, quería lanzarme al vacío, quería jugar. Las infinitas reglas, los casos particulares, el azar desmedido en muchos casos, necesitaba ver todo aquello en funcionamiento y ver como se movía con jugadores y no teorizando.
Pero el sentido de supervivencia de mi mente lúdica me devolvió los pies al suelo. Éramos tres, un número que no haría justicia a lo que República de Roma merecía, como mínimo cinco concluímos. ¿Jugaremos algún día?, no lo sé, espero que sí, pero aprender a jugar ya ha sido toda una experiencia que marca un antes y un después de todos los que estuvimos sentados durante horas desentrañando los misterios de un juego que se me antoja interminablemente profundo.
República de Roma es increíble, seductor, evocador y más allá de recomendable (no en vano fue candidato al mejor juego del año en el 2º Concurso interBlogs) pero también muy difícil de digerir y eso desgraciadamente lo aleja de muchos aficionados. Aquellos que lo hayan jugado pueden sentirse muy afortunados porque no es fácil encontrar jugadores dispuestos a ver el rostro de la locura.