- Mamá, mamá, no quiero ir más al colegio.
- ¿Por qué hijo?
- Los niños sacan mejores notas que yo y no me gusta.
- Ah, muy bien, no vayas, quédate en casa si estás más cómodo.
...
- Me encuentro cómodo, este sofá es estupendo, quiero uno igual pero de 20 metros de largo.
- Señor, querrá decir de 2 metros.
- No, no, de 20 metros, no quiero que me molesten los que se sienten conmigo.
- Ah, muy bien, si así está más cómodo.
Nuestra afición, como casi todo en esta vida, está supeditada a los gustos de cada cual. Como la comida, los colores, la música, que sé yo, todo lo que gusta a uno puede no ser del agrado de otro, es lo razonable y lo normal pero reconozco que a veces me cuesta comprender el porqué de esa actitud en el campo lúdico. Será que como mis gustos son tan amplios y mi afición tan desmedida no concibo decir: "a esto no juego"; soy "bueno de boca" que diría mi abuela. O puede ser porque me encanta sentarme a una mesa y compartir tiempo con amigos sin importarme demasiado la excusa para hacerlo o el tiempo que me lleve.
Puede que un juego concreto no me apasione, vale, pero, ¿rechazar una partida?, me cuesta mucho. A partir de ahí busco las razones por las que otros sí que las rechazan o se forman una impresión radical de un juego, lo que hace que no quieran jugarlo más, por ejemplo. Y después de meditarlo un rato creo que una de las muchas razones, de la que hablaré hoy, es porque no se sienten cómodos en el juego, justo uno de los alicientes que yo encuentro para dedicarle más tiempo. Explicaré algo más esto.
Cuando me siento cómodo, conociendo los entresijos del juego, explotando todas sus posibilidades y, prácticamente, intocable durante la partida, la motivación para dedicarle tiempo a ese juego baja de forma radical. Sólo si todos los jugadores están al mismo nivel que yo se calma ese sentimiento de poder que aburre. Vale, soy el "más mejor", gano todas las partidas y sois unos rivales penosos, para mí, aburrimiento garantizado y poco más tengo que decir de este tipo de comodidad. Prefiero la sensación de desasosiego, de estrés provocado por la falta de control, no saber exactamente de donde vendrá el próximo ataque, sentir el yugo de los oponentes sobre el cuello.
Otra forma de comodidad que puede llegar a desembocar en indiferencia lúdica es cuando me encuentro con juegos de muy poca interacción entre jugadores o con una interacción tan sutil que prácticamente es como estar sentados en diferentes mesas o en un sofá enorme, como cité al inicio de esta entrada. En ellos no hay ningún oponente que se enfrente a ti directamente, todo es demasiado de refilón, como diría el maestro Gila para atrapar a aquel asesino: "alguien ha matado a alguien...". Este tipo de divertimento tan sumamente indirecto puede llegar a ser tedioso y por eso cada día aprecio más los juegos con cierto rozar de codos. Puede que el juego no me lleve a lanzar mis misiles contra tu cabeza pero el simple hecho de que mi estrategia influya seriamente en la tuya es suficiente para despertar mi interés.
Si miro atrás, a las cientos de partidas que llevo a las espaldas, mi recuerdo es sin duda para aquellas donde sufrí más y las de finales más ajustados. Las partidas que fueron un paseo o partidas a juegos sin apenas interacción se difuminan en mi recuerdo y apenas guardo nada de ellas. Por ser más concreto, he jugado decenas de partidas a Dominion, pero no soy capaz de recordar una jugada memorable entre todas ellas. ¿Es un mal juego?, seguro que no, pero reconozco que si he de jugarlo me apetece que aparezcan en mesa brujas, milicias, espías y otras cartas que afecten globalmente. En cambio, aquella partida donde fulanito me dio caña, donde una jugada a la contra dio un giro radical a las puntuaciones, donde hubo "leña" se comenta aún hoy cuando sale el mismo juego a mesa, o incluso sin salir. Esas partidas donde eres víctima más que verdugo no son cómodas, son partidas muy duras donde parece que no te dejan levantar cabeza, esas partidas son justo las se guardan mejor en mi memoria lúdica y son las que han exprimido al máximo mi capacidad estratégica, ¿qué luego se pierde?, no hay problema, ya se ganará otro día, pero la sensación de llegar al límite me encanta.
Hay jugadores al que el conflicto asusta e incomoda hasta hacerlos rechazar una partida porque el juego es muy "belicoso". Cierto, es más cómodo jugar todos como almas cándidas, como ovejas del mismo rebaño, cada uno se come su pasto y no se mete demasiado en el de los demás, es más relajante y no produce esas tiranteces cuando ves que otro jugador te desmonta la estrategia que estabas planteando. Pero amigo mío, si ha desmontado tu estrategia será porque no era tan buena como pensabas y eso me lleva a otra de las razones por las que me gustan los juegos incómodos, porque he de tener en cuenta no sólo la mecánica del juego, sino la propia psicología y reacciones de los oponentes.
Voy terminando, para mi no hay nada como sufrir, tener que replantear tu estrategia, pasarlas canutas y que te den de leches de todas partes para estar motivado en una partida. Al contrario que en la vida real donde anhelo la ausencia de problemas y conflictos, en la vida lúdica soy un apasionado de los mismos. Me encantan los juegos con mucho "contacto", que las decisiones de otros me afecten a mi y las mías a ellos, me parecen más divertidos que los solitarios multijugador de todas, todas. ¿Un sentimiento pasajero o una evolución como jugador?.
Cuando me siento cómodo, conociendo los entresijos del juego, explotando todas sus posibilidades y, prácticamente, intocable durante la partida, la motivación para dedicarle tiempo a ese juego baja de forma radical. Sólo si todos los jugadores están al mismo nivel que yo se calma ese sentimiento de poder que aburre. Vale, soy el "más mejor", gano todas las partidas y sois unos rivales penosos, para mí, aburrimiento garantizado y poco más tengo que decir de este tipo de comodidad. Prefiero la sensación de desasosiego, de estrés provocado por la falta de control, no saber exactamente de donde vendrá el próximo ataque, sentir el yugo de los oponentes sobre el cuello.
Otra forma de comodidad que puede llegar a desembocar en indiferencia lúdica es cuando me encuentro con juegos de muy poca interacción entre jugadores o con una interacción tan sutil que prácticamente es como estar sentados en diferentes mesas o en un sofá enorme, como cité al inicio de esta entrada. En ellos no hay ningún oponente que se enfrente a ti directamente, todo es demasiado de refilón, como diría el maestro Gila para atrapar a aquel asesino: "alguien ha matado a alguien...". Este tipo de divertimento tan sumamente indirecto puede llegar a ser tedioso y por eso cada día aprecio más los juegos con cierto rozar de codos. Puede que el juego no me lleve a lanzar mis misiles contra tu cabeza pero el simple hecho de que mi estrategia influya seriamente en la tuya es suficiente para despertar mi interés.
Si miro atrás, a las cientos de partidas que llevo a las espaldas, mi recuerdo es sin duda para aquellas donde sufrí más y las de finales más ajustados. Las partidas que fueron un paseo o partidas a juegos sin apenas interacción se difuminan en mi recuerdo y apenas guardo nada de ellas. Por ser más concreto, he jugado decenas de partidas a Dominion, pero no soy capaz de recordar una jugada memorable entre todas ellas. ¿Es un mal juego?, seguro que no, pero reconozco que si he de jugarlo me apetece que aparezcan en mesa brujas, milicias, espías y otras cartas que afecten globalmente. En cambio, aquella partida donde fulanito me dio caña, donde una jugada a la contra dio un giro radical a las puntuaciones, donde hubo "leña" se comenta aún hoy cuando sale el mismo juego a mesa, o incluso sin salir. Esas partidas donde eres víctima más que verdugo no son cómodas, son partidas muy duras donde parece que no te dejan levantar cabeza, esas partidas son justo las se guardan mejor en mi memoria lúdica y son las que han exprimido al máximo mi capacidad estratégica, ¿qué luego se pierde?, no hay problema, ya se ganará otro día, pero la sensación de llegar al límite me encanta.
Hay jugadores al que el conflicto asusta e incomoda hasta hacerlos rechazar una partida porque el juego es muy "belicoso". Cierto, es más cómodo jugar todos como almas cándidas, como ovejas del mismo rebaño, cada uno se come su pasto y no se mete demasiado en el de los demás, es más relajante y no produce esas tiranteces cuando ves que otro jugador te desmonta la estrategia que estabas planteando. Pero amigo mío, si ha desmontado tu estrategia será porque no era tan buena como pensabas y eso me lleva a otra de las razones por las que me gustan los juegos incómodos, porque he de tener en cuenta no sólo la mecánica del juego, sino la propia psicología y reacciones de los oponentes.
Voy terminando, para mi no hay nada como sufrir, tener que replantear tu estrategia, pasarlas canutas y que te den de leches de todas partes para estar motivado en una partida. Al contrario que en la vida real donde anhelo la ausencia de problemas y conflictos, en la vida lúdica soy un apasionado de los mismos. Me encantan los juegos con mucho "contacto", que las decisiones de otros me afecten a mi y las mías a ellos, me parecen más divertidos que los solitarios multijugador de todas, todas. ¿Un sentimiento pasajero o una evolución como jugador?.